He pasado unos días en Berlín, sin ese engendro capitalista
que es el wifi. Un moderno diría que ha sido ‘una desconexión total’, pero yo
no soy eso y que ni se os ocurra llamármelo. Ha sido una escapada dulcísima de
los temas que suelen ocupar el espacio público de este país miserable en casi
todas sus facetas y orgullosamente idiota. Supongo que en Alemania también
tienen sus devaneos con la estupidez opinativa, pero como no entiendo el
idioma, me libro de sufrirlos y a lo mío. También ha sido una escapada
fracasada, porque estaba obligado a volver. De regreso, he hallado este menú en
los papeles: fútbol, los ecos de las andanzas forajidas de un diputado nacional,
la historia de una señora heroificada por estropear un cuadro cargada de torpeza
y buenas intenciones y, ah, la escandalera formada en torno a una fiesta del
Príncipe Enrique de Inglaterra.
Si mi pasmo no derivó en colapso fue sólo porque me lo
esperaba. Me tentó bastante, durante unas horas, escribir sobre esa señora
Cecilia que, a juicio de muchos, ‘ha mejorado’ un Ecce Homo. Con tales ideas
sobre la mejora, no se entiende sorpresa alguna ante la ruina del país.
Después, me acordé de un profesor comunista de Filosofía que tuve en el
Bachillerato y al que debo fundamentalmente dos cosas: el desprecio que siento
por el comunismo y una frase: ‘Desconfiad de los hombres de buena voluntad’.
Juzgué que esa máxima era suficiente y me fijé en los campanolos de Henry The
Prince. No me parecieron para tanto, desde luego. Pero, como siempre, me quedé
sólo en mis apreciaciones. Se me dirá que la polémica no tiene origen en
España, sino en The Sun. Lo mismo da, replico, porque The Sun es algo así como
lo más español que tienen en Albión.
El Príncipe Enrique viaja a Las Vegas y prepara o le
preparan una fiesta en la que acaba danzando con varias señoritas, desnuditos
todos. A mi inteligencia sólo se le ocurren dos cosas que reprocharle al
Príncipe: que no aproveche su viaje a Las Vegas para visitar museos y que se
deje fotografiar las brevedades. Pero el Pueblo quiere más y gestiona su
puritanismo como quiere: “¡Un Príncipe desnudo, por Dios!”, clama por los
callejones de su erial temático. El Pueblo español lo grita con énfasis
especial, apoyado en la ventaja de que su Príncipe no tiene edad ya para meneos
de ese tipo y de que, cuando la tuvo, fue demasiado soso para dárselos. Al parecer,
tener en la línea de sucesión a un individuo fiestero y múltiplemente
heterosexual es lo peor que puede pasarle a Inglaterra o a cualquier Corona.
Por poco me trago la bola.
Porque es una trola; ¿lo veis, no? La masa gusta de la
gesticulación vociferante y se eriza más cuanto más miente. Tras la indignación
por la ‘party’ de Henry no hay sino pura y limpia envidia. Es decir, lo que
suele haber siempre detrás de los teatrillos de la indignación. La masa critica
la fiesta de Enrique, pero sólo porque es la fiesta de Enrique y no la suya. “¡Cómo
viven los Príncipes, tú!” y así. Que el futuro monárquico europeo conecte tan
soberana y suavemente con las pulsiones de su plebe sólo puede ser un síntoma
más de la, ejem, crisis.
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